La Catedral Profana

Guarida de los impíos

2046


Louise estaba recostada en el sofá mirando como el sol achicharraba los árboles. La ventana, pese a estar borrosa y enrejada por fuera, ofrecía plena vista del lado este de la verde planicie que rodeaba la casa.
—¿Cuánto falta?—preguntó con suplicante irritación.
—Ya casi, mi vida— respondió Geraldine mientras secaba el sudor de su frente.
Ya habían pasado dos semanas desde que el aire acondicionado se había averiado y, ante las súplicas de Louise, Geraldine no tuvo otra opción que ir al pueblo a comprar los repuestos necesarios para arreglarlo. Durante las noches en las que el calor nocturno las sofocaba, durmieron juntas meciéndose en la única hamaca que todavía no se había podrido ni deshilachado ¿Cómo se les ocurre comer chigüire en una hamaca? ¿Acaso no conocían el refrán? Sí lo conocían pero, desde que los antiguos huéspedes amaban la carne de ese animal y habían dejado varios kilos de carne curada en la despensa, no hubo salvación para ninguna de las hamacas. A Geraldine le gustaba que sólo quedase una hamaca, pues esto le permitía compartir lecho con su compañera. La reparación del aire la había mantenido ocupada por las últimas dos horas.
—Me estoy evaporando— profirió Louise impaciente.
—Ya está listo, mi amor— respondió Geraldine mientras ponía el último tornillo.
—Listo—continuó. Rápidamente levantó el viejo y pesado aire y lo metió en el hueco que había en la pared.
—¡Gracias a Chávez!—Exclamó Louise aliviada.
—Bueno, ahora ayúdame a pelar las papas para el desayuno mientras voy a buscar leña.
—¡Oki!
Geraldine se secó el sudor del torso y las piernas con una toalla y salió al patio a buscar cualquier cosa orgánica que sirviese para hacer combustión. No se molestó en ponerse una camisa desde que estaba sola con Louise en una casa rodeada por kilómetros de grama verde sobre la cual la civilización todavía no había puesto sus garras. Uno de los pocos lugares en los que se podía escapar de la vida metropolitana. Ni siquiera este sueño bucólico había podido desprenderlas de la tecnología, así que seguían usando electricidad, aire acondicionado y celulares. Todo esto gracias a las maravillas de los paneles solares que los fuertes brazos de Geraldine habían instalado en el techo de la casa. Aun si hubiese estado en la ciudad no habría sido necesario el uso de la camisa en tanto que las luchas de los progre habían hecho legítima la exhibición del pecho femenino. Una vez cortada la leña y encendida la fogata, llamó a Louise para que trajese los ingredientes para la comida. Esta pantomima alegraba sus días. Al estar en una casa tan aislada, no tenían gas por tuberías y, si bien contaban con una vieja cocina de gas, Geraldine había olvidado comprar una nueva bombona, lo que las había dejado a merced de su ingenio. Cuando Louise trajo los ingredientes Geraldine la tomó entre sus brazos y le hizo cosas que habrían sido ilegales en la época en que todavía los progre no habían establecido la pedofilia como una orientación sexual. Pero eso no importaba ahora. El hecho de que Louise tuviese nueve años mientras Geraldine tenía veintiuno no significaba más que una mera curiosidad. —Pásame ese libro, sí, ese, el rojo— solicitó Geraldine.
—¿Para qué?
—Para tirárselo a la candela.
—No está bien quemar libros— replicó Louise enojada.
—Está bien, es el manifiesto comunista.
Geraldine arrojó el libro e inmediatamente la fogata dejo ver unas llamas azules que provenían de la mezcla de baratos polímeros que se había usado para el plástico de la portada. Ese libro era solo una de las copias que el gobierno había comenzado a publicar en masa y que ahora estaban presentes en cada hogar del país. Así como las versiones gratuitas del nuevo testamento que antes se regalaba en colegios, universidades y plazas públicas, este libro se había convertido en la nueva biblia del régimen a partir de 2032. El socialismo que había venido tomando poco a poco a todos los países de América Latina se había radicalizado hasta convertirse en una religión mientras que, al otro lado del continente, las cosas no estaban mucho mejor. El avance de los progre en Estados Unidos había hecho obligatorio que al menos el ochenta porciento de las posiciones de poder fuesen ocupadas por mujeres, afrodescendientes, homosexuales, inmigrantes o cualquier otro sector previamente marginado. Paradójicamente, esto había convertido a los hombres blancos heterosexuales en los nuevos oprimidos hasta que, a consecuencia del devenir cíclico de la historia, estos se unan y tomen lo que es suyo de nuevo. Al menos el campo seguía siendo una vía de escape para desconectar de la sociedad.
—¿Qué hacemos esta noche?—preguntó Louise intentando combatir su aburrimiento.
—Vamos a leer algo— contestó Geraldine despreocupadamente.
—Mejor veamos netflix.
—¿Qué hay de malo con los libros?
—Qué eso suena a estudio y justamente hoy no tengo ganas ¡qué fastidio!
—Louise, por amor de Chávez, deja la flojera.
—Está bien, sólo si me das un beso.
Geraldine se acercó a su interlocutora y la abrazó tiernamente. Louise se sonrojó y posó su mano en la mejilla de Geraldine, quien yacía agachada frente a ella.
—¿Tú me quieres?— soltó Louise puerilmente.
—La duda ofende— respondió Geraldine esbozando una sonrisa socarrona.
Louise bajó la cara para ocultar su rubor y cuando volvió a subirla su mirada conectó con la de Geraldine. Luego de unos segundos cerró los ojos y comenzó a acercar su cara a la de su amada. Tan pronto sus labios estaban a milímetros de unirse, fue sacada de su trance por el impacto del índice de Geraldine en su frente.
—¡Kya! ¿Qué pasó?— inquirió Louise quejumbrosamente.
-La comida está lista.